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La ira instalada

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Creo profundamente que no se puede caer en el infantilismo de pensar que para ser de «izquierda» haya que denostar o insultar a la «derecha», o tratar de fascista a quien se le oponga. Entérense que quien ha madurado sus propias convicciones no requiere de exageraciones, ni de niñerías, ni de prácticas como la funa que degradan la convivencia a lo peor.

La dictadura -que duda cabe-, nos ha contaminado con su simplismo desde hace rato y la verdad es que no hemos salido de cierta lógica binaria en que la preocupación política consiste en denostar o bien a los «progres» o del otro lado a los fachos, de modo que, pareciéramos haber heredado la misma mentalidad reduccionista en la que todo aquel que se oponía al régimen de Pinochet era un comunista come guaguas.

Así suele pasar hoy en día en que basta con oponerse a los errores de Sharp en Valparaíso o a la violencia de los encapuchados, o a las leyes de cuota, para ser calificado de fascista. Esa es la paradoja. Que muchos creen ser mentes abiertas y enfocadas a reconocer la complejidad del mundo, cuando en realidad están contaminados del simplismo de los tiempos de la dictadura, o lo reproducen sin darse cuenta.

Si queremos crecer en términos políticos debemos comprender que los que nos hace y transforma en verdaderos ciudadanos es la facultad de reflexionar, de ver matices, el poder sopesar razones sin descalificaciones a priori. Eso es lo que humaniza el mundo. Por el contrario cuando el mundo se divide en los pros y los anti, estamos iniciando el camino hacia la barbarie.

Por eso no puedo estar de acuerdo con lo ocurrido con Boric. Darle rienda suelta a la ira por parte de quienes lo increparon e insultaron en dicho lugar, no es juicioso ni prudente, ni tampoco es justo. La ira es atropellada. No escucha. Instala la sospecha y crea verdades con ligereza. Y la ira está siempre al lado de la insolencia, la prepotencia y finalmente del lado de la crueldad. Sin esa ira ciega, estoy seguro que serán mucho más fácilmente alcanzables los fines del movimiento que pide un país más inclusivo y equitativo, y mucho más valorados quienes se manifiestan sin ella. La razón aconseja la paciencia y la elección inteligente. La ira, la revancha. Y lo más grave es que la ira es odiosa y siembra el odio en todo y entre todos. Y si alguien cree que el actuar destemplado es útil porque atemoriza a los rivales, vale la pena citar a Laberio, poeta antiguo de Roma quien decía que es preciso que tema a muchos a quien muchos temen.

Hay que cambiar el país. Que duda cabe. Y hay que hacerlo terminando con las bases del modelo actual. Pero debe hacerse en unidad. Con inteligencia, proponiendo y construyendo alternativas, mas por ningún motivo empeorando aún más la ya crítica situación de nuestro país.

Sumarle a la precariedad económica un ambiente cargado de sospecha y animadversión es intoxicar al nivel de lo insoportable la vida en nuestras ciudades, y ahí sí que terminaremos de hundirnos